La niña miró hacia el interior. Había numerosos abrigos colgados, la mayoría de piel. Nada le gustaba a Lucía tanto como el tacto y el olor de las pieles. Se introdujo en el enorme ropero y caminó entre los abrigos, mientras frotaba su rostro contra ellos. Había dejado la puerta abierta, por supuesto, pues comprendía que sería una verdadera locura encerrarse en el armario. Avanzó algo más y descubrió una segunda hilera de abrigos. Estaba bastante oscuro ahí dentro, así es que mantuvo los brazos estirados para no chocar contra el fondo del ropero. Dio un paso más, luego otros dos, tres... Esperaba siempre tocar la madera del ropero con la punta de los dedos, pero no llegaba nunca hasta el fondo.
-¡Este debe ser un guardarropa gigantesco! -murmuró Lucía, mientras caminaba más y más adentro y empujaba los pliegues de los abrigos para abrirse paso.
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