Pero yo me quedé con una pena tan grande y con los barcos volando en la cabeza, que tomé papel lustre y me puse a hacer barquitos de papel. Llevaba como 100 barcos de papel cuando sonó el teléfono: era la Vale que me quería contar que el sábado se iba a vivir a Francia, porque a su papá lo trasladaba la empresa en que trabaja. Prometió que me iba a escribir. Sonaba muy triste y yo no podía consolarla, porque tenía un hipo de pena atravesado en la garganta y al final creo que dije: "Chao, amiga" y colgué. Parece que lloré toda la tarde.
El avión de la Vale salía a la medianoche del sábado y yo no podía ir al aeropuerto por lo del famoso virus. Sólo pensaba que ya no iba a tener ninguna amiga y tenía 100 barcos de papel en mi velador, que me recordaban a la Vale y no sabía que hacer. Hasta que llegó el sábado y se me ocurrió abrir la ventana para que el aire volara mi pena, pero entró una brisa fuerte y en lugar de mi pena, salieron volando todos los barcos de papel, como si fueran volantines o mariposas. Eran justo las doce.
Me acuerdo que cerré los ojos y deseé con todo mi corazón que la Vale hubiera visto algún barco volando desde la ventanilla del avión, para que sepa que siempre seré su amiga, para que nunca se olvide de mí.
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