jueves, 17 de septiembre de 2015

El hombre del sombrero de copa (Hernán del Solar).

En los muros hay retratos, en marcos dorados, gruesos, excesivamente importantes. Son hombres y mujeres vestidos a la moda antigua, tan antigua tal vez que nadie sabría decir con exactitud su época.
 Y los muebles son numerosos, de fina madera. Los hay para todas las corpulencias y gustos. En alguna silla no podría sentarse un hombre como yo, que no peso demasiado, sin romperla. En otras podrías descansar cómodamente un gigante.
 Por ahí está el piano, inmenso, como un continente negro sostenido por grandes patas de monstruo. Y en uno de los rincones hay una magnífica arpa. La taño con ambas manos y el sonido vuela por el salón como un pájaro despavorido. Siento algo extraño. Me parece que el caballo del soldado de bronce se encabrita más y que la estatua del sembrador encoge un brazo, como olvidándose de lanzar sus semillas. Ha bastado el sonido del arpa, repentinamente, para que todo me parezca vivo y amedrentado. 

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