miércoles, 16 de septiembre de 2015

El cazador de cuentos (Saúl Schkolnik).

Sentada bajo el parrón, con algunas migas de pan en la mano, entre el chillido de tantos pájaros, Lucila parecía conversar con ellos.
 Atraída por su ternura, Ifigenia se sentó. Conociendo su gran timidez, era ella, siempre, la que iniciaba la charla, pero ahora se quedó a su lado escuchando juntas el rezongo del río, el chirriar pesado de una carreta...
 Sin embargo, la tranquilidad no duró mucho. Soledad y Rosalía irrumpieron avisando que tres hombres se acercaban.
 Un furtivo pensamiento cruzó por la mente de Lucila: "¿Y si alguno de ellos fuera mi padre?", pero de inmediato lo apartó. Era el influjo del jardín que él, andariego y poeta -de quien casi nada recordaba-, había hecho para ella antes de marcharse. 

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