-Ya veo que eres conocida aquí -dijo el señor Vulfrán.
-Los niños la adoran -respondió la profesora-; nadie sabe tan bien como ella hacerlos jugar.
-Esto ha sido el punto de partida, pero llegaremos mucho más lejos para atender todas las necesidades de los obreros.
Cuando Perrine y su abuelo volvieron a la entrada, una mujer que tenía en brazos a su hijo se acercó a ellos.
-Mire a mi hijo, señor -dijo al anciano-, es un niño muy hermoso.
-Sí, ciertamente que lo es.
-Yo había tenido ya tres que murieron. Este se ha salvado gracias a la atención que ahora tiene. ¡Dios los bendiga a usted y a su querida nieta!
El día había terminado y regresaron lentamente a casa.
-Esa es tu obra, hija mía -dijo el abuelo-. Yo, dominado por la fiebre de los negocios, no había tenido tiempo de pensar. Pero ahora tú estás aquí. Te casarás con un hombre de buen corazón y entonces viviremos felices... y en familia.
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