Cualquiera que hubiera visto aquella niña de diecinueve años en una pobre habitación, habría acusado de caprichosa a la suerte por no haber dado a tanta hermosura un marco correspondiente. Así es que al verla reclinada sobre un magnífico sofá forrado en brocatel celeste, al mirar reproducida su imagen en un lindo espejo al estilo de la edad media, y al observar su pie, de una pequeñez admirable, rozarse descuidado sobre una alfombra finísima, el mismo observador habría admirado la prodigalidad de la naturaleza en tan feliz acuerdo con los favores del destino. Leonor resplandecía rodeada de ese lujo como un brillante entre el oro y pedrerías de un rico aderezo. El color un poco moreno de su cutis y la fuerza de expresión de sus grandes ojos verdes, guarnecidos de largas pestañas, los labios húmedos y rosados, la frente pequeña, limitada por abundantes y bien plateados cabellos negros, las arqueadas cejas y los dientes para los cuales parecía hecha a propósito la comparación tan usada con las perlas; todas sus facciones, en fin, con el óvalo delicado del rostro, formaban en su conjunto una belleza ideal de las que hacen bullir la imaginación de los jóvenes y revivir el cuadro de pasadas dichas en la de los ancianos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario