domingo, 13 de septiembre de 2015

Palomita blanca (Enrique Lafourcade).

Y entonces él se arrodilló y se abrazó a mis piernas y seguía sollozando y seguía pidiendo que lo perdonara.
  Me vestí y salimos abrazados y bajamos y nos pusimos a caminar porque él me dijo que tenía ganas de caminar un poco y estaba con la voz un poco ronca, y apenas podía mirarme, pero me tenía muy abrazada y me daba besos y caminamos por Américo Vespucio que era ya muy de noche, y no había nadie, y había una luna llena, y nos veíamos como blancos, como pálidos, y era como si los dos nos hubiéramos muerto, y pasábamos entre los retamos floridos y era también como si nada hubiera pasado antes, como si recién lo hubiera visto como cuando lo vi la primera vez en Los Dominicos, que había una luna igualita.
-¡María! -susurró.
-¿Sí?
-¡María! ¡Yo te quiero mucho!
-Sí, mi amor.
  Y le apretaba la mano muy fuerte.
-Yo te quiero más que a nada... a nada en el mundo...
-Sí, Juan Carlos.
-¿Me crees?
-Sí.
-¿Me perdonas?
-¡Sí! ¡Sí!
-Yo... yo no sabía que te quisiera tanto... Yo no sabía... ¡De veras!
-Sí.
-Yo quiero estar siempre contigo... Ahora, siempre, siempre, juntos ¿entiendes? ¡Juntos!
  Lo único que atinaba a decir yo era: sí, sí, sí... No se me ocurría nada más.
-María, ¿te duele?
-No.
-¿De veras? ¿No te duele?
-No. De veras. Nada.
-María, soy tan feliz...
-Yo también, Juan Carlos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario