lunes, 14 de septiembre de 2015

Querido fantasma (Jacqueline Balcells y Ana María Güiraldes).

El fantasma del caserón de Ñuñoa era el secreto de doña Felicia. Lo había visto por primera vez hacía veinte años, cuando estaba colgando el vestido de terciopelo en el closet de su dormitorio. Una mano blanca, algo transparente, emergió de la nada y le ofreció unas bolitas de naftalina. Después apareció un brazo y, finalmente, la figura de un hombre alto. Tenía patillas  canas, bigotes y una pequeña barba; sonreía con timidez y se presentó como Arthur Henry Williams, detective privado. Si doña Felicia perdió el juicio con el susto, jamás se supo, pero lo cierto es que nunca se lo dijo a Leopoldo, su marido. Quizás fue para que no la creyera loca. 
 Al poco tiempo de aparecer el fantasma, Leopoldo murió de un repentino paro cardíaco. Fue una tarde en que iban a ir al teatro y él, contra toda su costumbre, había abierto el closet de Felicia en busca de un paraguas. 
 Arthur Henry Williams juró y rejuró a doña Felicia que él no había tenido nada que ver en la muerte de su marido y ella le creyó. Y desde entonces el fantasma se transformó en su gran compañía y consuelo: juntos resolvían crucigramas y no se perdían ninguna película policial en la televisión.
 Luego de enviudar, doña Felicia se dedicó por entero a la afición que jamás pudo desarrollar en vida de Leopoldo sin sentirse culpable: leer novelas de intriga y resolver cuanto misterio se le pusiera por delante. 

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