Cuando él mira, enciende cada cosa que mira.
La primera vez que lo advertí fue cuando puso antorchas a lo largo de la escalera de la escuela, una sobre cada peldaño, a medida que bajábamos. Me asombré tanto que no pude decir nada.
Otra vez, prendió las cortinas del salón de música. Yo estaba ubicada en la grada junto al ventanal y sentí que la espalda me ardía de repente. Inquieta, lo busqué entre el grupo de chicos que cantaban al lado del piano. Lo sorprendí mirando fijamente en dirección a mí.
Más tarde, cuando le pregunté cómo era posible que nadie más se diera cuenta, me contestó con una larga sonrisa.
¡Pero una tercera vez encendió un mediodía a las once de la noche! Fue en el mismo momento en que finalizaba la fiesta de mi cumpleaños y nos despedíamos con un beso ligerito en la puerta de mi casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario