lunes, 14 de septiembre de 2015

El perfume (Patrick Süskind).

Richis era con gran diferencia el ciudadano más acaudalado de toda la comarca. Poseía latifundios no sólo en la demarcación de Grasse, donde cultivaba naranjas, aceitunas, trigo y cáñamo, sino también en Vence y los alrededores de Antibes, donde había arrendado tierras. Poseía casa  en Aix, casas en el campo, barcos que navegaban hasta la India, una oficina permanente en Génova y las mayores existencias de Francia en sustancias aromáticas, especias, esencias y cuero. 
  Lo más valioso, sin embargo, de todo cuanto poseía Richis era su hija única, que acababa de cumplir dieciséis años y tenía cabellos de un color rojizo oscuro y ojos verdes. Su rostro era tan encantador que las visitas de cualquier edad y sexo se quedaban inmóviles y no podían apartar de ella la mirada, acariciando su cara con los ojos como si lamieran un helado y adoptando mientras lo hacían la típica expresión de admiración embobada. Incluso Richis, cuando contemplaba a su hija, se daba cuenta de pronto de que durante un tiempo indeterminado, un cuarto de hora o tal vez media hora, se había olvidado del mundo y de sus negocios -lo cual no le pasaba  ni mientras dormía-, absorto como estaba en la contemplación de la espléndida muchacha, y después no sabía decir que había hecho. 

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